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jueves, 4 de noviembre de 2010

El cambio de paradigma: la ciencia frente al dogma religioso

A continuación, la muestra de cómo comienza a cambiar la cosmovisión del hombre


Alexander Koyrée

Del mundo cerrado al universo infinito, Madrid, Siglo XXI, 1971(fragmento)

"Todo el mundo admite que el siglo XVII sufrió y llevó a cabo una revolución espiritual muy radical de la que la ciencia moderna es a la vez raíz y fruto. Tal revolución se puede describir de muy diversas maneras. Así, por ejemplo, algunos historiadores han situado su aspecto más característico en la secularización de la conciencia, en su alejamiento de los objetivos trascendentales y su acercamiento a otros inmanentes; es decir, en la sustitución del interés por el otro mundo y la otra vida a favor de la preocupacion por esta vida y este mundo. Mientras que el hombre medieval y antíguo tendía a la pura contemplación de la naturaleza y del ser, el moderno aspira a la dominación y señorío.(...) Es posible describir aproximadamente esta revolución científica y filosófica diciendo que conlleva la destrucción del Cosmos; es decir, la desaparición, en el campo de los conceptos filosófica y científicamente válidos, de la concepción del mundo como un todo finito, cerrado y jerárquicamente ordenado. Además, ese Cosmos se ve sustituído por un universo indefinido y aun infinito que se mantiene unido por la identidad de sus leyes y componentes fundamentales y en el cual todos esos componentes están situados en un mismo nivel del ser. "

Argentina a fines del siglo XIX. De la teoría a la realidad

LOS NUEVOS POBLADORES

El sueño de los padres

Con el correr del siglo XIX y el establecimiento de un cierto orden político que hacía prever la formación de una nación con bases bien sólidas, la política inmigratoria hizo de alguna manera de palanca para llevar este proyecto hacia una realización efectiva. Las bases que los líderes políticos imaginaron para los fines eran, como la gran mayoría de ellos postulaba, la concurrencia de aquellos “gajos de civilización” que por supuesto tenían el prestigioso origen europeo. Frente al desquicio y la desorganización que había imperado desde la revolución de 1810 hasta el epílogo del régimen rosista, el inmigrante europeo presentábase como la salvación al camino emprendido sin rumbo, algo así como la encarnación de la ley y el orden, contrapuesto a la naturaleza salvaje de los nativos.
Luego del triunfo de Urquiza sobre Rosas en Caseros, y la posterior sanción de la Constitución nacional de 1853, la Argentina comienza lentamente a salir de aquel período oscuro que había sumergido a los habitantes de estas tierras primero en un estado de anarquía, para luego pasar al control de la población bajo el despotismo y el terror. Con el correr de los años, y avanzando hacia la segunda mitad del siglo XIX, la política inmigratoria del estado comienza a incorporar a los nuevos pobladores, bien distintos de aquellos que Alberdi y Sarmiento imaginaban y describían en sus programas. El camino hacia la República real trazado por ambos difería no en los objetivos, pero sí fundamentalmente en los medios empleados para llevar a cabo la gran tarea. El inmigrante modelo que ambos fantaseaban se mostraba demasiado perfecto y angelical, sólo un sueño de aquellos intelectuales que proyectaban un país demasiado fabuloso en cada una de sus mentes. Para las nuevas construcciones era necesario proceder cambiando desde la raíz, algo así como renovar el espíritu: cambiar la herencia, lo que propone Alberdi en el Fragmento preliminar al estudio del derecho (1837):

Gobernemos, pensemos, escribamos, y procedamos en todo, no a imitación de pueblo ninguno de la tierra, sea cual fuere su rango, sino exclusivamente como lo exige la combinación de las leyes generales del espíritu humano, con las individuales de nuestra condición nacional.[1]

A fuerza de costumbres entonces Alberdi cree que las naciones se encaminan en un rumbo seguro, siendo éstas más poderosas y tanto más difícil de derribar que cualquier poderoso gobernante que pueda encontrarse. La costumbre es entonces el instrumento fundamental para el conocimiento político, y en consecuencia, para el buen desenvolvimiento en dicho campo. Dicho en otras palabras, en la medida en que la nación tenga la voluntad de construir los cimientos de una poderosa estructura, debemos entonces retomar el camino y corregir la dirección que por décadas se viene llevando: si se desea salir del despotismo y la anarquía como costumbre, es preciso crear y construir nuevos hábitos, para cambiar de raíz la vida de aquel estado incipiente.

(...) Así el verdadero modo de cambiar la constitución de un pueblo, es cambiar sus costumbres: el modo de cambiarlo es darle costumbres /... / El primer paso pues a la organización de un orden constitucional cualquiera es, la armonía, la uniformidad, la comunidad de costumbres(...)[2]

Entonces, era necesario el trasplante vital de europeos en América para llevar a cabo el desarrollo que tanto se pretendía. Ubicar aquellos ciudadanos ya realizados en estas tierras vírgenes de organización sería lo más conveniente para dar un vuelco en la historia de esta sociedad sin rumbo. Las costumbres venidas de afuera serían, en consecuencia, las que mejor podrán modelar nuestro futuro de nación independiente. La palanca puesta en el mercado, importando trabajadores manuales fundamentalmente, es la que va a ir generando a partir de los hombres económicos nuevos individuos, los hombres políticos. El tutelaje de la masa de inmigrantes recién llegados, para que solo participen en la vida económica, es el punto de partida para constituir nuevos y buenos ciudadanos. El mercado produce ciudadanos, según Alberdi, algo que desmiente de manera categórica Sarmiento.
El autor de Facundo, por su parte, pone acento fundamentalmente en el desarrollo y la difusión de la educación pública para fundar una verdadera república de ciudadanos. El sanjuanino incitaba a reunirse en el ámbito donde se desarrolla el proceso educativo, para que los niños compartan desde pequeños los hábitos que, junto con los conocimientos adquiridos, conformaban el suelo firme en el cual la nueva república se levantaría. El gobierno que educa podrá, según Sarmiento, modelar el porvenir de la nación, fomentando la igualdad entre ricos, pobres, criollos y extranjeros. Su apuesta a la educación pública es bien evidente:

Un padre pobre no puede ser responsable de la educación de sus hijos; pero la sociedad en masa tiene interés vital en asegurarse que todos los individuos que han de venir con el tiempo a formar la nación, hayan por la educación recibida en su infancia, preparándose suficientemente para desempeñar las funciones sociales a que serán llamados. [3]


Sarmiento parece estar un tanto más relacionado con la idea de un republicanismo en el sentido clásico. La república clásica romana, con la virtud como principio fundamental, es el que va a adoptar para promover en la clase dirigente determinados sujetos que, cumpliendo con aquellos postulados, deleguen sus potencias privadas en función del bien público. El Estado a formarse, entonces, debe quedar bajo la guarda de aquellos individuos que se muestren virtuosos, y por lo tanto aptos para llevar a buen término los destinos de la nación que comienza a despertar. Obviamente dentro de las acciones que conciernen al estado figura la de establecer la educación pública para inculcar el sentimiento republicano, destinado tanto a los nativos argentinos como para aquellos que llegan desde la otra orilla del Atlántico. El Estado y el factor decisivo de la educación son el punto de partida de Sarmiento para llegar a la república soñada, la misma que también soñó Alberdi.
[1] Del Fragmento preliminar al estudio del derecho (1837), en Botana, Natalio, La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas de su tiempo, Buenos Aires, Sudamericana, segunda edición revisada y actualizada, 1997. -

[2] Cf. Botana, Natalio, op.cit, pág. 299. -
[3] Cf. Botana, Natalio, op.cit, pág. 322. -